Por Lucas Parnes
Para los ojos de los mortales, los condenados a ser eternamente comunes y aquellos que se desean mediocres, se encuentra perdido. Por momentos algunos hasta se olvidan que está y parece dar lo mismo si se hubiera quedado en su casa.
Y así también lo siente él, ofuscado, molesto porque las cosas no están saliendo como tantas veces soñó ni como tantas otras realizó. Pero ahí se queda, no se rinde y continúa intentando. Piensa cada paso que da para poder encontrarse de una vez por todas con la oportunidad esperada. Y llega.
Tan solo empujarla para tomar una distancia mínima, pero abismal. Se desahoga y deja el terreno listo para lo que viene, lo que le gusta y disfruta. Porque ya cumplió con todos pero todavía tiene una deuda consigo mismo, con sus ideas y con la razón de su existencia.
Explota cerca de la mitad de la cancha y se hace parte de viento a medida que va dejando a los rivales plantados llevando la pelota cortita, como siempre, y solo se desprende de ella para prestársela al único lugar al que pertenece lejos de sus botines, el fondo de la red.
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