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lunes, 11 de abril de 2011

Messi, el único

Por Lucas Parnes

Resulta casi imposible no caer en los típicos elogios. Que la humildad, la sencillez, la tranquilidad y el compañerismo son lo que lo hacen grande. Que ya no quedan adjetivos, ni siquiera sustantivos, para describir su perfección.  Por supuesto que todo eso lo enaltece, lo ponen en lo más alto y parece que va a quedarse ahí para siempre, por delante de tantos otros.

Sin embargo,  todas esas cosas que se puedan decir, incluso aquellas para las cuales no alcanzan las palabras, son incomparables con ese momento sublime, divino, glorioso.  Ese instante en el que agarra la pelota y arranca. Porque siempre que lo hace algo sucede. Todo aquel que este mirando el partido se abstrae de lo que lo rodea aunque sea por un segundo, porque es inevitable.

Algo más insólito aún es lo que sucede cuando no está dentro de una cancha, no tiene la pelota en los pies, no hay miles de personas pendientes de su siguiente paso, gambeta o definición. Allí es otro. No lanza una bomba frente a una cámara, no sale involucrado en un escándalo real ni posa  semidesnudo para las revistas semana tras semana. Es simplemente uno más, incluso pasa desapercibido.

Pero cuando la agarra se transforma. Ese mismo chico que uno  ve y resulta lo más inofensivo del mundo se vuelve implacable. La peor pesadilla para los rivales  y el mejor de los sueños para los amantes del fútbol. Porque el que ama realmente el fútbol no puede negarlo. Quizás es aceptable un poco de bronca, producto de la inevitable envidia. Pero negar su calidad, cuestionar sus logros, poner en duda su pasión, eso no puede ser permitido.

Porque en el preciso momento que domina la pelota algo se instala en el aire. A veces pasa rápido porque la suelta para un compañero. Otras, dura un poco más, ilusiona, se va agrandando a medida que avanza y  sortea rivales. Pero de no concluye. Sin embargo, eso no es motivo de decepción, sino que parece estar todo armado para preparar el terreno y que todos estén listos cuando suceda. Porque de golpe se la vuelve a encontrar y esta vez no falla. Culmina la jugada de la mejor forma posible y  todo aquel que lo observa agradece. Excepto los rivales claro.

No hay palabras para describirlo  porque él no las necesita  para transmitir su mensaje. Aquel que lo siga lo sabrá disfrutar. Quienes no, se lo terminaran perdiendo. Pero a él no le importa, simplemente los dejará plantados, callados,  ridículos, como a otros tantos rivales.

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