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martes, 5 de abril de 2011

El partido de mi vida

Por Lucas Parnes
El partido estaba jodido. Veníamos abajo por dos goles,  3 a 1 o  2 a 0 la verdad no me importaba mucho en ese momento, no porque no le diera bola al resultado, eso es una pavada uno cuando juega quiere ganar siempre, al fin de cuentas es lo único que te deja irte a tu casa contento. Porque a mi que no me vengan con esa payasada que después de que nos metieron siete goles en el primer tiempo mejoramos en el segundo y terminamos perdiendo por cuatro porque eso es una mentira, no es que levantamos el nivel, los otros ya nos habían liquidado y se pusieron a joder, para que van a seguir corriendo, se sabe que si quieren en dos minutos nos meten otros cuatro.
Pero dejame volver a ese partido que me estoy yendo de tema y te aburrís de la historia, y mirá que esta es buena eh… la mejor historia de mi vida creo. Ya vas a ver.
Como te decía, estábamos tres goles abajo y jugábamos mal, pero mal en serio, no hacíamos dos pases seguidos, el arquero iba y venía para todos lados pero no había caso, los defensores no cortaban un ataque y los delanteros ni te cuento, ni una chance clara eh, ni una!. Ahí estaba yo, arriba sin que me llegue la pelota y cuando me tiraban una me rebotaba para cualquier lado, parecía estar viva.
Como si esto fuera poco justo cuando el árbitro avisa que faltaba un minuto para el  descanso, hay un corner para ellos. Siempre se me complicaban esas a mí. Porque en las canchas de fútbol 5 los defensores suben a pedirla como locos y yo nunca sabía a quien carajo marcar, me iba con uno pero cuando veía que arrancaba me quedaba con el otro y le pegaba el grito a algún compañero “ojo con ese!” pero siempre era tarde. El turro recibía solo, a la carrera, y le rompía el arco a cualquiera. Yo sabía que la culpa era mía pero de puro orgullo me hacía el enojado y protestaba porque yo había avisado que lo marque otro. En fin, tres goles abajo, el último por mi culpa y terminado el primer tiempo.
Y cuando estás perdiendo así uno no sabe porque le dicen “descanso” al entretiempo. Yo no descansaba nada, la cabeza me daba vueltas a mil por hora pensando en lo mal que estaba jugando y en algún compañero que saltaba con otro típico discurso que no sirve para nada. “¡Vamos a dejar la vida en la cancha viejo!” ¿Qué es eso dejar la vida? Yo te corro todas las pelotas, me muevo cuando no la tengo, la pido, trato de tocar de primera, pero cuando no te sale, no te sale. O simplemente sos malo. Pero eso de dejar la vida en la cancha que se yo como se hace, más uno no puede dar.
Pero bueno, lo que viene ahora te va a parecer una exageración, una joda del destino o algo así, pero apenas arranca el segundo tiempo se larga una tormenta terrorífica, de esas que en cinco segundos ya estás todo mojado. No sabes lo que era, las gotas pegaban que parecían piedras, yo hasta pensé que granizaba. Y ahí llegó la clave de esta historia.

El partido seguía igual que antes pero en el medio de esa lluvia nuestro arquero le tira un pelotazo al otro delantero y un defensor rival lo empuja para que no la cabecee. El árbitro cobra penal y obviamente nadie se lo discute. Seguía lloviendo tanto que yo bajo la cabeza para frotarme los ojos y ahí la veo. La pelota estaba a dos centímetros de mis pies. Yo ni en pedo me hago cargo de un penal, no señor, ahí se necesita confianza y eso si que no lo tengo.
Pero con esa pelota pasaba algo extraño. En una especie de impulso me agacho y la levanto. Lo que sucedió ahí fue realmente horrible, porque encima lo vi venir pero fue en menos de medio segundo. Una luz muy brillante baja del cielo e impacta de lleno en la pelota que tenía en mis manos que empiezan a quemarme, no sé si habrá sido por el dolor o qué pero ahí lo único que veía era blanco, todo blanco. Y la pelota, pegada en mis manos, no podía soltarla, pero tampoco sabía si quería hacerlo. Lo último que recuerdo fue que cerré los ojos.
Cuando los volví a abrir todavía seguía lloviendo, casi todos mis compañeros estaban alrededor mío que me encontraba tirado en el piso, no me dolía nada, increíble. Me incorporé de un salto y como si nada hubiera pasado dije: “El penal lo pateo yo”. Se ve que se habrán asustado antes porque se corrieron todos a un costado y me dejaron acomodar el balón tranquilo. Lo patee fuerte a la derecha del arquero, gol y ahora a tres goles del empate que de golpe, no parecía tan lejano.
En realidad tome conciencia cierta de lo que me había pasado unos  segundos después. Cuando me pongo de espaldas al arco rival para recibir un pase por bajo que me envió un compañero de mi equipo tan solo con ponerle el pie abajo a la pelota, como quien no quiere la cosa, esta sale hacia arriba y formando una ridícula parábola pasa sobre la cabeza del defensor que me estaba marcando. Con solo dar media vuelta quedo de frente al arquero y antes de que la bocha toque el piso la empalmo con la derecha y sale disparada al ángulo. Fue como un misil dirigido a control remoto, no sabes. En mi vida le pegue tan bien a una pelota, me quedé estupefacto. Fue en esa jugada que me di cuenta que ese rayo me había dado las habilidades futbolísticas que nunca había tenido.
Ya sabiendo los poderes de mis nuevas cualidades fue solo cuestión de tiempo para que empate el partido. Dejé en el camino a  dos rivales en una maniobra que nunca le había visto hacer ni al mejor jugador del mundo y habilité a un compañero que solo tuvo que empujarla al fondo del arco.
Estábamos iguales. Ya se terminaba el partido pero yo sabía que si agarraba la pelota lo ganábamos, ahora era imparable, sentía que mis pies podían concretar hasta las más descabellada idea que se me pasaba por la cabeza. Entonces baje a hasta mitad de cancha para buscarla, la pare con la zurda y encare para adelante. Los dos jugadores que salieron a buscarme, quedaron como estatuas sin entender por donde los había gambeteado y el arquero estaba tan desencajado que recién se dio cuenta que estaba adelantado cuando la pelota que yo había pinchado le pasaba por arriba y bajaba, justito para ganar el partido.
Nunca había sido tan feliz en mi vida, empecé a correr como loco por toda la cancha festejando el gol de triunfo, me saque la camiseta la revolee a cualquier lado. Estaba realizado, no solo había dado vuelta el partido yo solo, después de sobrevivir al impacto del rayo sino que faltaba lo mejor. Ahora era imparable haciendo lo que más me gustaba en la vida... jugar al fútbol.
Para culminar mi festejo desenfrenado por supuesto que no podía dejar de tirarme de cabeza en el césped mojado y deslizarme triunfante unos cuantos metros y en ese instante, siendo el hombre más feliz del mundo, sin pensar en nada más que el gran futuro que me esperaba a partir de ese momento, lo sentí de vuelta.  La misma luz blanca que antes, ahora arremetía con una fuerza aún mayor y me pegaba de lleno en la espalda. Imposible sobrevivir nuevamente. Ahí es que aparecí acá, con vos, para contarte esta historia. Pero ¿querés, que te diga que es lo que más me molesto de todo lo que pasó.? No fue perderme la gloria eterna que hubiese conseguido en mi carrera deportiva, ni los mundiales, las copas, la plata, la fama y las mujeres. Es que al final de todo, lo que más me rompe las bolas es saber que el salame ese tenía razón. Para ganarlo, había que dejar la vida en la cancha nomás.


Para mi colega Pablito "Lo tenés que matar"

2 comentarios:

  1. Otra vez genial, se nota hasta en la escritura la mano fontanarrosesca.

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  2. Que barbaro loco!.. pedazo de cuento eh.. me dejaste sin palabras, verdaderamente EXCELENTE!

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