Por Joaquín Branne
En el 2010, tras el escándalo en el mundial de vóley
disputado en Italia, el Comité Olímpico Internacional decidió implementar una
modificación reglamentaria para evitar suspicacias previas a los choques
decisivos. En aquella competición, el controversial sistema clasificatorio (tres
ruedas de grupos y posteriormente el primero de cada una de las cuatro zonas
disputaba la semifinal) levantó sospechas tras la polémica derrota de Brasil
ante Bulgaria por 3-0 en la segunda fase. Ambos clasificados,
el encuentro sirvió para determinar quién se ubicaría como primero del grupo y
quién lo haría en segundo lugar. Con la mayoría de las posiciones definidas,
Brasil jugó a perder y así evitar integrar el mismo grupo que Cuba en la siguiente ronda. “En la previa al partido tuvimos una reunión hasta las 5 de la mañana y el
grupo decidió que lo mejor sería no ganar”. Giba, líder absoluto de aquella
selección, no ocultó su vergüenza tras la consagración. Ese mismo día,
Argentina no especuló. Frente a Japón, el equipo de Weber logró un triunfó
cómodo y accedió al grupo de la muerte integrado por Serbia y Rusia. Perder,
claro está, no significa lo mismo para todos.
La nueva modalidad impuesta en el vóley debería ser evaluada
por el COI para que también se incorpore en el básquet. El sorteo es lo más
justo. El primero de cada grupo con el último del otro y los segundos y
terceros de ambas zonas a las bolillas para determinar los cruces de cuartos de
final. Ayer España y Brasil volvieron a dejar en claro que la lealtad no existe
en el deporte. Todos quieren ganar, aunque sea necesario perder. En la previa
al encuentro donde se determinaría cual de los dos equipos se toparía con EEUU
en semis, mucho se habló sobre la postura que debían tomar las selecciones y
hasta en algunos medios españoles se lanzó mediante la web una encuesta en la
que el público votaba entre la conveniencia y la nobleza deportiva. El ganador,
paradójicamente, sería el menos favorecido. De Argentina casi que ni se habló.
Antes que enfrentarse al Dream Team, la selección vencedora deberá vérselas con
la Generación Dorada. Una prueba para nada sencilla, pero que poco parece
importar.
En los tres primeros cuartos nada extraño ocurrió.
Parciales parejos, buenas estadísticas y
una dinámica propia de dos equipos aislados de cualquier suspicacia. Pau Gasol
siguió haciendo de las suyas, cerró su planilla con 25 puntos y 7 rebotes, y
España finalizó el ante último de los cuartos con una ventaja a su favor de nueve
puntos (66-57). Rubén Magnano, entrenador argentino de la Selección Brasileña,
aprovechó la clasificación para darle minutos en cancha a la banca sin perder
de vista el marcador. Todos menos Nené, que fue preservado por lesión.
La sorpresa se dio sobre el final, cuando España echó por tierra todo lo bueno conseguido hasta ese momento. Un parcial
de 8-1 abajo puso a tiro a Brasil con un Leandrinho Barbosa inspiradísimo y tras
seis minutos de juego, el conjunto europeo quedó abajo en el marcador por
primera vez en todo el partido. Ibaka y los hermanos Gasol no pudieron parar a
nadie. O no quisieron. Y Brasil, que no había anotado más de veintiún puntos en
un parcial, cerró el último con treinta y uno, contra dieciséis de su rival, la
mínima del partido. Cinco lanzamientos desde la línea cuando ya toda infracción
era penalizada con lanzamiento y un triple de Llul con el partido cerrado le
sirvieron a España para decorar la derrota por 88-82.
Jacques Rogge, presidente del COI, seguramente no haya visto
el partido. O quizá siga creyendo en la pureza del deporte. Lo cierto es que,
una vez más, la honestidad fue pisoteada. Como ocurre en la vida diaria, ni más
ni menos.
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