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martes, 21 de junio de 2011

De goles y de amores



Por Lucas Parnes
Me acuerdo que esa tarde no venía muy distinta a cualquier otra. Como todos los sábados, me había levantado cerca del mediodía y después de comer algo livianito me tomaba mi tiempo para armar el bolso. Nunca supe bien porque pero hacer esto siempre fue una especie de ritual para mi, antes de salir para los partidos le dedicaba varios minutos a ubicar muy ordenadamente todas las cosas en el bolso, me lo cargaba al hombro y salía caminando tranquilo para el club. Mis viejos iban un poco más tarde pero yo prefería ir solo, me ayudaba a pensar, me calmaba.
Se ve que ese día venía pensando en alguna de esas huevadas existenciales, quizás por eso lo que pasó después me impactó tanto. Nuestro partido arrancaba a las dos de la tarde porque la primera jugaba a las cinco. Como el equipo ya no peleaba por nada seguramente iba a ser un día tranquilo, sin mucha gente en la cancha a la hora que jugábamos nosotros. Eso era bueno porque siempre fui un poco distraído y me colgaba mucho mirando a las tribunas.
Y eso era lo que estaba haciendo en ese momento. Habían pasado masomenos 20 minutos del primer tiempo, un defensor nuestro y el delantero del otro equipo se habían chocado fuertísimo por lo que el partido iba a estar  frenado  un buen rato. Fue entonces cuando la vi. Estaba parada en  donde comienza la tribuna lateral baja con los codos apoyados en la baranda que separa al público del campo de juego y la cara posada sobre sus dos manos.

El sol se reflejaba rebelde en su pelo que apenas se movía por el débil viento que siempre soplaba en la cancha. Si bien las manos le tapaban gran parte del rostro, sus ojos se podían ver perfectamente y con eso me alcanzó para darme cuenta que esa no era una mina más. Como si esto fuera poco, fue ahí cuando me clavó su mirada.
Porque a uno puede gustarle una piba que cuando la ves pensás que es perfecta, que te enamoraste. Mujeres lindas hay miles. Pero solo cuando te mira por primera vez a los ojos te podés dar cuenta que si de verdad te vuela la cabeza. Ese famoso “flechazo” que le dicen. Que me vienen con flechazo, te aseguro que me clavas un flechazo  y no siento ni en pedo lo que sentí cuando me miro a los ojos.
Aunque pareció una eternidad, mucho tiempo no tuve. Los jugadores caídos ya estaban recuperados y se reanudo el partido. Claro, seguro pensás que ya no me importaba nada, al contrario, si la mina estaba desde tan temprano en la cancha, el fútbol tenía que gustarle.  Entonces yo no podía fallar, si quería que me siga mirando tenía que romperla ese partido.
Siempre dicen que cuando sabes que te están mirando te mata la presión  y no servís para nada, pero a mí eso no me pasaba. Cuando agarré la pelota sentí en la nunca que esos ojos estaban de vuelta puestos en mí y me quemó todo el cuerpo, pero bien, me dio seguridad.
Dejé en el camino al rival que se me venía encima y me lancé a correr por la banda. Tuve que enganchar un par de veces para perder a otro defensor que me seguía  y cuando lo deje en el camino vi al nueve  nuestro pidiéndomela en el área. Pensé en mandarme yo para adentro, si me salía esa además del gol me ganaba a la muchacha seguro. Pero era muy arriesgado, decidí tirar el centro y el delantero  metió el gol de cabeza.
El nueve este que te digo había llegado al club esa misma semana. El único goleador decente que teníamos nosotros se había lesionado y este entró de titular en su primer partido. No me acordaba como se llamaba, casi no habíamos hablado pero se acercó hasta donde estaba para gritarlo conmigo, buen gesto el del pibe. Volvimos trotando juntos a nuestro campo y por supuesto yo la busqué a ella con la mirada. Fue ahí cuando gritó esas dos palabras que me dejaron helado: “Bien Manuel”.
Sentado en el vestuario el técnico hablaba sin parar pero yo no escuchaba absolutamente nada de lo que decía. En mis oídos retumbaba el grito de la chica como si estuviera al lado mío repitiéndolo una y otra vez. ¿Cómo sabía mi nombre? ¿Acaso ya la conocía y no me acordaba de ella? Imposible. Si alguna vez en mi vida la hubiese visto no podría haberla olvidado, no a ella, tan hermosa, tan perfecta. ¡Manuel!  MANUEL !!!.  Ahora el que me gritaba era un compañero, había que volver al partido.
Los primeros minutos estuve bastante distraído, seguía tratando de develar el misterio de porque ella me conocía y yo acababa de verla por primera vez en mi vida. Hasta que me di cuenta que en realidad eso era una gran ventaja. Fue entonces cuando mi imaginación empezó a volar y me vi como en la más romántica película de Hollywood convirtiendo el gol del triunfo y yendo directo a besarla en la tribuna, sin siquiera haberle hablado nunca, cerrando así un final perfecto.
Me dispuse a buscar con toda mi fe esa oportunidad. Tardó un rato pero finalmente llegó, el nueve, a quien antes yo había asistido, se había tirado unos metros más atrás para recibir la pelota y ahora me marcaba con su mano derecha un hueco a las espaldas de los defensores. Entendí la seña al instante y me mande a la carrera para buscar la pelota que ya me había mandado. Con toda la adrenalina del momento no fue difícil acomodarla con la diestra para después tocarla de zurda por debajo del arquero que salía casi resignado al inevitable gol.
Mientras corría hinchado de orgullo a la tribuna lateral el corazón se me salía del pecho. Pasé por al lado del nueve, me había devuelto la gentileza del gol anterior y  correspondía retribuirle el festejo pero me tranquilizó pensar que seguro de ahí en más seríamos una buena pareja ofensiva, nos entendíamos bien. Pero ahora, solo tenía tiempo para ella.
Cuando llegue a donde estaba la besé tal como había soñado unos minutos atrás y me imaginé al estadio entero aplaudiendo y aclamando esa increíble demostración de amor. Pero lo que sentí no fueron gritos sino un terrible tirón de pelo que me separaba de los labios de la mujer de mi vida, seguido de un tremendo golpe a la altura de mi mandíbula que me dejó tendido en el piso mirando las nubes y viendo como entre tres compañeros míos trataban de contener al nueve que me insultaba y amenazaba desencajado, fuera de sí.
Pese a mi aturdimiento ahí mismo pude ir poniendo las piezas en su lugar y comprendí todo. Como podía haber sido tan pelotudo de olvidarme que el nueve se llamaba Manuel,  igual que yo, sí me lo habían presentado un par de días atrás cuando llegó al club. Por supuesto, las felicitaciones de ella eran para él por hacer el primer gol y yo como un salame pensando que me conocía de algún lado, que después de ese partido me iba a estar esperando a la salida para tomarme de la mano y no soltarla nunca más en la vida.
Un par de semanas más tarde todo volvió a la normalidad. Claro que Manuel se había ido a jugar a otro lado, después del trompazo que me pegó, no le quedaban muchas opciones.  Nunca más lo volví a ver, tampoco a ella, y todavía me lamento por lo que pasó ese día. Una pena la verdad, nos entendimos tan bien, hubiésemos hecho una gran pareja, como en ese partido. Si señor, Manuel y Manuel sin dudas, hubiésemos sido una gran dupla goleadora.

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