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jueves, 11 de agosto de 2011

Un recuerdo inolvidable


Por Joaquín Branne
“Esto me está matando”. El Melbourne Park permanecía en silencio, mientras las cámaras de televisión enfocaban el rostro desconsolado de Roger Federer.
Sentado en el banco, con la cabeza gacha y las manos en la frente, el mejor jugador de tenis de todos los tiempos hacía su momento de luto ante una multitud que atónita aguardaba por la entrega de premios. “Al principio estás disgustado, sorprendido y triste, son muchos sentimientos los que tienes. El problema es que no puedes irte al vestuario y darte una ducha fría. Tienes que salir fuera. Y ése es el peor momento”. El discurso de Federer aún hoy retumba en los pasillos del principal estadio de Australia. Allí, ante más de quince mil personas, el suizo acababa de perder su quinta final consecutiva a manos de Rafael Nadal y de esta manera, cedía aún más terreno a sus intenciones de recuperar el primer puesto del ranking mundial.
En un repaso de su carrera, Roger Federer difícilmente pueda olvidar aquella triste tarde de enero. Acostumbrado a las victorias, cuando el suizo decida abandonar el tenis y recueste su cabeza sobre la almohada con sus hijas ya crecidas y un futuro económico aún más consolidado, probablemente la imagen de la derrota gobierne en su interior, como uno de los momentos más tristes de su vida profesional. Entre tantas distinciones, premios, homenajes y elogios, recordará cada detalle de esa final perdida en 2009. Los errores, los aciertos, las emociones y el compungido desenlace. El aplauso de la gente y el abrazo con Nadal. El desconsuelo de su esposa y ese instante en que el mundo cayó encima de él. En las páginas doradas de su exitoso libro, no faltará ninguno de estos momentos. La historia quedará marcada a fuego. Y ahí, entre tantos grandes acontecimientos, surgirá una imagen que lo cautivará y le hará recobrar el llanto. 

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